Muy fea

Ella era fea, muy, muy fea, eso fue lo que me impactó. Las cosas feas tienen ese embrujo: Se te meten por los ojos y llegan directito al cerebro, y no puedes olvidarlas, ni aunque pienses en conejitos blancos o cantes una canción. Al menos yo no podía, por eso tenía prohibido ver películas de terror. Lo que mis padres no entendían es que no era miedo: era asco, un repudio que me hacía querer vomitar, una imposibilidad de soportar lo feo.

Yo era una niña fea, fea normal. Y fea como era me escondía entre tules y lentejuelas. Con mi vestido de bailarina y mi corona de princesa, con mis modales delicados y perfume de fresa, pero fea, supongo que por eso no tenía amigos, y supongo también que no los podía culpar.

Recuerdo el día que la vi, fue una noche de fiesta en el pueblo del tío Mario. Los fuegos artificiales iluminaban el cielo, como estrellitas de colores desmoronándose sobre aquellos que bailaban bajo el influjo del trombón y la trompeta. En el patio cuadrado e iluminado, los niños comían buñuelos y jugaban. Atrás de la pista y a media luz, los tímidos novios se besaban, y más allá las sombras, y en las sombras yo.

Sentí su mirada mientras construía un castillo de piedras sobre aquel suelo arenoso. No sé si fue porque pensaba en cosas feas, pero sé que ella me encontró. Al levantar la cara vi sus ojitos rojos, su nariz pequeña, su cola ensortijada. Ahí estaba, frente a mí, impaciente, nerviosa, acorralada y sobre todo fea, muy, muy fea. Más fea que una manzana podrida, más fea que el pueblo del tío Mario, más fea que yo.

Recuerdo el día que la vi y el regaño de mi papá por haber manchado de ese modo mi vestido de tul y lentejuelas, pero él no entiende que nunca he podido soportar las cosas feas, además ella era tan pequeña y yo tenía tantas piedras.

Berenice Ibarías es chilanga y piensa que las quesadillas no necesariamente llevan queso. Comunicóloga por la UAM Xochimilco, ha publicado cuento y minificción en revistas digitales e impresas y ha escrito obras de teatro para jóvenes audiencias.